Nosotras vamos en Metro
Me viene una imagen a la memoria.
En torno a las tres de la tarde de
un viernes, estoy en la calle, junto a la entrada principal del edificio en el
que trabajaba por aquel entonces, bajo el paraguas, pues llueve a cántaros.
Unas compañeras que acaban de bajar me desean buen “finde” y me dicen:
-
“¡Pero bueno, ¿qué haces ahí?, te vas a calar…!”.
-
“Estoy esperando a mi príncipe. Hoy me pasa a buscar.”
- “¡Qué suerte, nosotras vamos en
metro!”
Pues sí. He de reconocer que tengo
suerte, pues el mío es un santo varón. Recuerdo que me llevaba de vuelta a casa
en coche cuando podíamos cuadrar horarios. Ahora no puede ser. Pero no me
quejo, no. No conduzco porque no quiero, porque no me gusta, porque me da
miedo. Yo voy más tranquila en transporte público o a pie. Es cierto que tardo
el triple de tiempo, que tengo que madrugar para fichar a una hora razonable,
que vamos en el tren como sardinas en lata, pero yo lo prefiero.
Y resulta que no soy yo sola. Lo dicen las cifras de las Encuestas de movilidad y las del Observatorio de movilidad metropolitana recogidas por Alicia Delgado y Juan M. Menéndez en la Revista de la DGT (https://revista.dgt.es/es/reportajes/2019/07JULIO/0702movilidad-y-perspectiva-de-genero.shtml). Ya sea cuando vamos y venimos del trabajo o en nuestro tiempo “libre”, nosotras vamos predominantemente a pie o en transporte público, mientras que ellos viajan más en vehículo privado.
¿Se debe, como señala Sánchez de
Madariaga, a que hacemos un uso
diferente del tiempo? Según las cifras obtenidas por Blanca Baldivia, dedicamos
más del doble del tiempo que ellos al hogar y la familia, responsabilidades
vinculadas con nuestros roles de género.
Ellos van en coche al trabajo, puede que después al gimnasio, y de regreso a
casa. Nosotras aprovechamos los desplazamientos al trabajo para hacer “de paso”
recados varios, acompañar a nuestros mayores o a nuestros hijos pequeños. Sin
embargo, este tipo de usos, por sí solo, no condiciona el medio de transporte que
utilizamos. Cuando disponemos de un vehículo privado, hacemos básicamente lo
mismo, pero en menos tiempo.
Como señala Cristina Valdés en “La
movilidad en la Comunidad de Madrid, ¿una cuestión de género?”: “La mujer es
más cautiva del transporte público debido a la menor disponibilidad de carnet de conducir y porque, en hogares con un solo vehículo, el hombre
dispone de él en primer lugar”.
La brecha salarial nos lo pone más difícil a la hora de sacarnos el carnet
o disponer de vehículo propio. Superados estos escollos, tenemos que vencer la sensación de inseguridad y miedo a conducir,
sufrido por un 26,08% de las mujeres y por el 10% de los hombres, los comentarios sexistas, sufridos en un
50,66% de las encuestadas, y rechazar los estereotipos
que nos “convierten”, automáticamente, en peores conductoras que los hombres, de
acuerdo con las cifras del Estudio #EllasConducen Sin Barreras de Midas (https://blog.midas.es/actualidad-tendencias/el-50-de-las-mujeres-en-espana-ha-recibido-comentarios-sexistas-a-la-hora-de-conducir/).
En la base, subyace todo aquello que hemos
percibido e interiorizado desde nuestro nacimiento y que nos ha condicionado,
ya aún antes de nacer, socializándonos en uno u otro género: los modelos de comportamiento; las actitudes e ideas transmitidos
por las personas significativas en la familia, en la escuela, por los medios de
comunicación; las expectativas, los usos y costumbres.
Necesitamos espíritu crítico y adoptar un estilo de comunicación reflexivo, consciente y responsable que evite dicotomías y estereotipos, que no limite ni nos limite.
Necesitamos
impulsar políticas públicas que reequilibren el acceso desigual a los recursos,
que ayuden a la conciliación de la vida personal, familiar y laboral de hombres
y mujeres, en igualdad de derechos, obligaciones y oportunidades.
¡Demos un paso al frente. Tomemos un papel activo!
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